Han pasado más de 200 años desde que la primera lotería le alegrara la vida a alguna familia. Fue durante la Guerra de la Independencia y desde entonces, año tras año millones de españoles compran su décimo con la cabeza llena de esperanza. ¿Hay alguien que no haya pensado lo de “para tapar algún agujero”?
La suerte es como un soplido invisible que no se sabe donde está pero a alguien siempre le toca. Hay quien la tienta, por si hay suerte de atraer a la suerte, valga la redundancia: unos repiten número cada año, convencidos de que alguna vez debe ser el suyo. Otros eligen números especiales relacionados con alguna fecha importante como un aniversario o el nacimiento del bebé. Alguno hace pequeños rituales, una especie de brujería inofensiva: frotar el décimo en el vientre de una embarazada o en la cabeza de un calvo. Y cosillas más extrañas, pero siempre con buena intención.
¡Y qué remedio! Soñar con la magia de la lotería de Navidad es darse esperanza, porque aunque sabemos que “todos los números están dentro” y puede salir cualquiera, el nuestro es especial. Por eso el día 22, en el trabajo, ponemos en la radio a los niños de San Ildefonso y nada más. O al hacer la compra preguntamos en cada tienda “¿ha salido ya?” ¿Y cuándo si no se junta toda la familia nerviosa e ilusionada delante de la tele?